por Orlando Acosta Veizaga
Quta mama, Lauca mallku – Lauca t´alla, Lamar qucha y otros, son los denominativos de respeto a los lagos y a los ríos, pero, por sobre todo al agua: fuente de vida y lugar sagrado.
El buen manejo (organización, ritos, danza y trabajo) que realizan los chipaya , les permite habilitar y aprovechar por una temporada agrícola (siembra y cosecha), alimentos indispensables como la quinua y la cañawa. Los muratu utilizan las playas que dejan los ríos en su desembocadura al lago para cultivar los mismos alimentos. Así, en ambos asentamientos, la gente tiene que habilitar tierras y conseguir alimentos, mediante un proceso de desalinización de suelos que tiene su comienzo con la temporada de lluvias que suele provocar el desborde de los ríos, en cuyas aguas turbias y rojizas se transportan partículas de tierra fina, rica en nutrientes y abono orgánico. De esta manera, se genera un proceso natural de desalinización y al mismo tiempo, se depositan en la pampa importantes capas de tierra abonada (qayma o mayqa).
De este singular proceso natural, la gente aprendió a encausar el agua –mediante desvíos y canales- hacia los lugares señalados para sembrar, construyendo un ecosistema artificial (quta, bofedal o laguna), donde –temporalmente- se adaptan parinas (flamencos), patos y wallatas (anatidaes) y kjuchis (cerdos), estos, junto a sus hermanos villi o weshliru, permanecen en el humedal por cierta temporada del año, aprovechando de las bondades del zooplactom, del fitoplactom, de las plantas subacuáticas, de los insectos y larvas y los originarios de las aves y de criar kjuchis. Algo importante de este proceso es que estos lugares reciben de los animales una contribución importante de estiércol y de trabajo de remoción y mezcla de material orgánico y que por efecto de la alta radiación solar diurna y las bajas temperaturas nocturnas, evapotranspiran hasta convertirse en terrenos ideales para la practica agrícola.
Los uru no inventaron términos como "sustentabilidad", "sostenibilidad" y tal vez, hasta les resulte difícil pronunciar, sin embargo, saben dialogar con la madre naturaleza, y ésta en cada chía (parcela de siembra medida y distribuida por los jilaqata) les dá el derecho de trabajar y de alimentarse con dignidad.
[Obtenida de www.iecta.cl, Revista Volare]