Por Orlando Acosta V.
Antropólogo Político
Dos cráneos humanos con sus órbitas oculares rellenadas con algodón "miran" hacia Chipaya desde una tumba de azulejos del cementerio municipal. La cruz de fierro con coronas de paja encima lleva la inscripción: "Mundo Alma Chipaya 2007". Unos pasos más al norte, hay un cuarto insignificante con una puerta de madera. Al abrirla, la sorpresa es tétrica: es una capilla con medio centenar de calaveras rodeadas de coca, envases de alcohol y cigarrillos de las marcas D & J y Star.
"Son nuestros tatarabuelos. Nos cuidan y a nosotros les damos de comer, fumar y beber para pedir lluvia, o pelear contra el viento y las heladas. Igual hacemos en Todos Santos", revela el jilakata del ayllu Aranzaya, Dionisio Lázaro Mamani. Las almas de los antepasados son respetadas por los chipayas. El camposanto es sacro y las autoridades originarias hasta amenazan a los lugareños con no sepultarlos allí si cometen faltas graves o desentierran cadáveres para mostrarlos a las parejas que pelean para pacificarlas.
La división de espacios territoriales entre el sur y el norte chipayas -Aranzaya y Mana-saya-, dice el antropólogo Ulpian López García, igual se expresa en las necrópolis de los urus. "Hay dos mitades. Y el cementerio igual se divide por familias. Las ánimas son los guardianes del pueblo. Y los urus alertan que una persona no debe mentir ni robar porque si no, estos cráneos la pueden castigar.
Los muertos están vivos para ellos". En Llapallapani, comunidad de los muratos del Poopó, esta tradición no se encuentra vigente en su catacumba comunal.
Para López, estas costumbres se relacionan con las de los grupos cazadores y pescadores de la antigüedad, que según los estudios arqueológicos fueron parte de los primeros habitantes de la tierra, y por eso se sostiene que los urus son un pueblo milenario. "Tienen como deidades a la naturaleza, los flamencos, las montañas y espejos de agua. Los chipayas adoran a su río Lauca cual si fuera una mujer: la Lauca María, dicen sus canciones. Es su guardiana. Igual han asimilado a la Pachamama o Madre Tierra por su faena agrícola".
En cambio, continúa López, los muratos no tienen una religiosidad tan profunda como los chipayas. No obstante, su cosmovisión gira en torno al agua y el lago Poopó como los nombres de sus líderes comunitarios (léase jiliri cotopuchu o "autoridad del agua"). Incluso tienen un santo rodeado por varios flamencos o pariwanas al que le dedicaban coplas y organizaban fiestas. "Dicen: Nosotros no tenemos llamas y nuestras llamitas son los flamencos. Están acostumbrados a esa vida natural y por eso respetan las épocas en que las aves ponen sus huevos".
¿LA OTRA COLONIZACIÓN?
¿LA OTRA COLONIZACIÓN?
En Llapallapani se han asentado las iglesias Católica y Evangélica de la Última Profecía. "Convivimos con ellas. A veces prohíben nuestras tradiciones, pero nos imponemos. Un máximo de 30 por ciento del poblado debe pertenecerles", asegura el jiliri ilpiri Basilio Alvarez Choque. En Chipaya, el miembro del ayllu Vistrullani, Juan Quispe Mamani, denuncia que sectas pentecostales, cristianas y católicas han provocado la pérdida parcial de su cultura religiosa. "Predican que la Pachamama no es obra de Dios. Sólo los jilakatas nos defienden".
El jilakata primero mayor de Manasaya, Esteban Mollo Condori, corrobora la anterior sentencia. "La mayoría de los chipayas se ha convertido al Evangelio, pero les exigimos que mantengan su espíritu con las costumbres". El antropólogo y funcionario prefectural orureño, Víctor Alanes Orellana, sostiene "que buena parte de los urus es de las religiones protestante evangélica y católica, empero, a pesar de ello, la espiritualidad de esta nación originaria se ha mantenido contra todo porque hay líderes que respetan la religiosidad andina".
López no concuerda con su colega. "Cuando los urus hacen su camino de la vida, su camino de humano para llegar a ser autoridad y ser responsable, lo que se conoce como t'aqi, la iglesia a veces los perjudica porque promueve su abstención a las bebidas alcohólicas o el no compartir con su pueblo cuando asume un cargo o prohíbe al uru de las fiestas. Le inserta una mentalidad individualista y egoísta que erradica la esencia comunitaria de los urus".
Pero los chipayas han sabido mezclar lo pagano con lo católico. Así sucede en la fiesta de su patrona, Santa Ana, cada 25 de julio, cuando se organiza una procesión. Igual pasa en el aniversario del municipio, el 18 de diciembre. A la par, veneran a la Pachamama con continuidad. Otras fechas importantes involucran al Carnaval, cuando los jilakatas son los "pasantes", o sea, los que invitan comida y bebida durante cuatro días; o diciembre, época del "floreo" de animales y pobladores, o el 6 de enero, cuando se mata una llama y se echa su sangre al cauce del río Lauca.
Para los urus del lago Poopó, el 14 de septiembre se saca la imagen de la Virgen de la Exaltación del Santuario de Quillacas y los muratos organizan una celebración en la plaza. El día de Llapallapani, el 17 de julio, el baile, la comida y la música se apoderan de la comarca. "Igual —explica Álvarez— adoramos al Tata Santiago para que nos otorgue lluvias para pescar en el lago. Y como nuestros tatarabuelos, tenemos un sitio especial para nuestro Tata Dios".
LOS MITOS DE LOS URUS
Los jilakatas y jiliris recuerdan que antes, el matrimonio era impuesto a los jóvenes por los familiares y se realizaba entre urus. "Hoy ya no es así", comenta Mollo. Según estudios del tema, tras la boda el novio trae leña de un lugar lejano mientras la recién casada recolecta taquia (excremento animal usado de combustible) para los suegros y padrinos, y si ambos coinciden en la llegada, es un pronóstico de feliz vida conyugal. Al principio, la pareja vive con los padres del novio y luego construye su propia casa.
En Llapallapani, por ejemplo, relata Álvarez, la familia del varón se presenta en el hogar de la mujer para pedir su mano. "Ahí se define la fecha del casorio y se organiza una fiesta con zampoñadas. La futura familia baila hasta dos días seguidos. El día de la boda en el Registro Civil, también hay otra celebración similar. Los esposos definen posteriormente si desean unirse por la iglesia Católica o Cristiana. Ahí hay otra fiesta. Igual aplicamos el sirwiñaku".
El antropólogo Orlando Acosta Veizaga hace notar que los urus dan mayor énfasis al tema mortuorio en su vida espiritual y religiosa. "No dudan en afirmar: Somos chullpapuchus, es decir, los descendientes de la gente que desde tiempos inmemoriales habitó la geografía andina". Entre los chipayas, explica el estudioso, por ejemplo, se maneja que los muertos conocen el comportamiento de cada originario, por ello, la víctima de un robo acude a un yatiri para que éste consulte a una calavera de sus antepasados por el autor.
Durante tres días, cuenta Acosta, el yatiri y la víctima conversan con el t'ojlu: "Tatarabuelo, nuestras cosas se han perdido, tú sabes quién es el ladrón; haz que se arrepienta y devuelva". "Esos días se atiende con confianza y cuidado el cráneo, que se encuentra rodeado de pastereos y tablillas de los difuntos, de incienso, de copal, de q'oa (mesa ritual) y de velas. Los que efectúan el rito también piden permiso del mayordomo para tocar las campanas del templo".
"De esta manera, el difunto invoca al espíritu del malhechor para que devuelva lo robado. Los que se arrepienten dejan los objetos en el patio o cerca de la vivienda (de la víctima del robo), pero los que se resisten a la devolución no pueden dormir en la noche, padecen de enfermedades y al final mueren de tanto sufrimiento: 'Lo que se pierde, se pone a la calavera"'. La historia no termina ahí: cuando aparecen los bienes, culmina Acosta, el dueño no vuelve a usarlos, y de acuerdo con su valor los vende o regala a otros originarios.
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